Marco Aurelio, en sus meditaciones, legó un importante tesoro de observaciones sobre los acontecimientos de la vida; El emperador vivió estoicamente en medio de guerras, poder, pestes, desgracias y demás.
Para Marco Aurelio la vida no es sólo una marcha ciega hacia la muerte, sino que en esta existe un importantísimo componente moral y espiritual. Su visión está lejos del nihilismo, que supone que la muerte determina el aniquilamiento y destruye todo el quehacer humano. Existe un compromiso, un sentido y una participación existencial que trascienden al individuo, "la humanidad" o, en términos estoicos, el Logos o la inteligencia divina que se manifiesta en la naturaleza. Asimismo, la muerte es impotente frente a los valores auténticamente humanos.
Marco Aurelio decía que ninguna adversidad (guerra, peste, pérdida) puede quitarnos la conciencia o la facultad mental de transformar la experiencia, de resignificarla y de actuar de tal forma que podamos contribuir al espíritu humano. Todo lo demás lo podemos perder, pero la posibilidad de usar nuestra mente para darle sentido a la vida y encontrar la paz es inalienable.
Marco Aurelio y los estoicos eran conscientes de que para que la mente pudiera lograr esta fortaleza que le permite navegar la adversidad era fundamental hacer un trabajo de autoindagación y autoobservación. "Aquellos que no observan los movimientos de su propia mente necesariamente serán infelices “y también: "Nada tiene tanto poder de expandir la mente como la habilidad de investigar sistemática y verdaderamente todo lo que se nos presenta en la vida".
Existe un entendimiento de que nuestra experiencia en el mundo depende de las cualidades de la mente, la cual puede cultivarse. Lo esencial para esto es no aferrarse al pasado o proyectar hacia el futuro, evitar el apego y la ansiedad. "Recuerda que el hombre vive sólo en el presente, en este instante fugaz; Todo el resto de la vida ya se ha ido o aún no se ha revelado". Esto, evidentemente, nos muestra una clara comprensión de la impermanencia similar a la que encontramos en el budismo.
Esta conciencia del presente es esencial para poder vivir en paz con la realidad.
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